Vivimos en una vorágine de situaciones que impactan nuestro día a día.  Disfrutamos, sonreímos, soñamos a plenitud e incluso sentimos temor, tristeza, en base a nuestras emociones. Quien nos acompaña a interpretar ese quehacer diario, son nuestras emociones. Construimos a través de la “mirada” que impregnamos a la vida.

¿Y que son las emociones? Las definimos como estados afectivos o una reacción subjetiva al ambiente/ entorno que viene acompañada de una diversidad de cambios orgánicos que influyen sobre nuestros pensamientos y conducta, por tanto tienen una connotación e impacto determinante en nuestra vida afectiva.

¿Para qué aparecen en nuestra vida emociones positivas y también negativas? Ambas emociones se hacen presente en nuestra vida para convertirse en un catalizador y/o medio de adaptación a la situación que experimentamos.

En ocasiones esta adaptación no se desarrolla de manera pertinente y como lo evidencio en mi práctica clínica, dependerá del “volumen” de estas emociones para poder transitar la vida con estabilidad emocional. Este volumen y frecuencia deberá ser acorde a las condiciones reales que vivimos y no a la interpretación inadecuada o hasta bizarra de la misma.

Necesitamos de ambos tipos de emociones en nuestra vida, la respuesta es un rotundo SI. Aprender a observarlas, comprenderlas y hasta aceptarlas, se convertirán en alertas para de alguna manera cambiar en algún caso, el timón y la ruta. Enfrentarnos a una ruta donde primordialmente prevalecen emociones negativas, nos habla de una interpretación poco saludable del entorno. Si muy por el contrario, aprendemos a “saborear” la vida bajo una perspectiva positiva, seguramente emergerán emociones positivas, las mismas harán gala y ennoblecerán nuestra ruta.

Este poder de interpretación marca la gran diferencia y hace de nosotros, proclives a vislumbrar al mundo con sentido. En razón a lo manifestado, ¿Cómo logramos adoptar una postura positiva de la vida?